sábado, 24 de octubre de 2009

Imperialismo en el patio trasero: El mecanismo de la deuda externa


"Hay dos millones de argentinos que ahorrarán hasta sobre su hambre y sed para responder, en una situación suprema, a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros."


Nicolás Avellaneda, Presidente 1874-1880

Responder a la pregunta acerca de qué es el imperialismo es, por lo menos, complicado. A pesar de ello, siendo un elemento permanente en las relaciones políticas internacionales, no hay dificultad en señalar el saldo de miseria y destrucción que ha dejado en América Latina e, incluido en ella, en nuestro país.
Las formas de penetración imperialista de los países centrales hacia las naciones periféricas son diversas y se combinan según se lo requiera, pero corroboran empíricamente el rol instrumental del Estado en tanto espacio de disputa intra y extranacional.
Claramente, la modalidad más efectiva y evidente en el corto plazo –no por esto más violenta ni dañina- ha sido la militar. Ésta representa la fuerza de las armas imponiéndose de forma directa a través de la invasión; manifestándose veladamente por medio del apoyo a golpes de Estado o facciones en las guerras civiles; o avanzando con sigilo al afincar bases militares en otros territorios, como pequeños semilleros.

Es cierto que las intervenciones directas hoy son menos frecuentes; ellas entran en franca contradicción con el difundido ideal de una paz asegurada por la “globalización de la democracia” que los propios países del centro arguyen.
No obstante, no es menos cierto que las penetraciones militares continúan instrumentándose, como lo han demostrado los recientes sucesos acontecidos en Colombia.
Sin lugar a dudas, la modalidad imperial más sutil ha sido (y es) la cultural. Prepara a las clases dirigentes y a los intelectuales locales para no resistir las penetraciones extranjeras –ya sean económicas o militares- sino, por el contrario, colaborar activamente con ellas. Pensemos en la ola neo-liberalizadora que asoló a la región en las últimas tres décadas; allí estaban los dirigentes políticos, presidentes, ministros y asesores, reproduciendo los discursos importados con sus lógicas de subordinación neo-colonial y triunfo mercantil.
Y es allí es donde se inscriben las más difíciles luchas de resistencia, las más sojuzgadas, las más brutalmente acalladas.
Llega entonces el momento de referirnos a la modalidad de política imperial más extendida: la económica-financiera. Ella mantiene intactas las instituciones políticas de los países que dominan y sostiene la ficción de supuesta soberanía, pues son dichas instituciones y sus sistemas jurídicos las que permiten y fortalecen este tipo de penetración. Radicación de empresas extractivas y expoliadoras de recursos naturales, localización de filiales en búsqueda de mano de obra barata, los organismos internacionales de crédito y la deuda externa, son algunas de sus manifestaciones.
Existen dos condiciones persistentes a lo largo de todo el proceso de endeudamiento latinoamericano. En primer lugar, la seguridad jurídica debe verse garantizada por la incontestabilidad en última ratio a la fuerza organizada del Estado -razón por la cual ningún endeudamiento fuerte ni reestructuración se da en marco de guerra civil-, de manera que son las propias riquezas nacionales las que se trenzan como garantes en las luchas intrínsecas, aún cuando las oligarquías suelen percibir la posibilidad de endeudamiento nacional futuro como incentivo. En segundo término, y en virtud de la trasnacionalidad de los mercados financieros, jamás un país es plenamente soberano en la contratación de deuda, ya que la posibilidad no es dada en función de las demandas efectivas nacionales, sino por la disponibilidad de stocks de capital a nivel global. Esta disponibilidad, por supuesto, es determinada por la caída de la tasa de ganancia de las inversiones en las economías nacionales centrales y el consecuente agotamiento del ciclo expansivo central, que vuelca sus capitales a la periferia. La derivación necesaria de estas condiciones es que, una vez abierto el ciclo, rara vez existe una correspondencia entre las correlaciones de fuerzas externas e internas que permitan romper la lógica del vaciamiento, y son los sectores populares los que cotidianamente ven expoliado parte del producto de su trabajo con el ajeno fin de saldar las deudas contraídas por los grupos dominantes oligárquicos. Tal es la sangría perpetua de la periferia.
El caso argentino, en tanto economía latinoamericana y estructuralmente dependiente, grafica patentemente lo expuesto. Si observamos los períodos de endeudamiento más brutal, podemos encontrar una correspondencia directa entre coyunturas internacionales de sobreabundancia de capitales y gobiernos cipayos de corte liberal y anti-popular:

1862-1870: Producto de la crisis debida al fin de la expansión ferroviaria europea. Consolidación del Estado liberal mitrista.
1976-1982: Producto de la crisis de abundancia de los petrodólares, estanflación. Reestructuración económica argentina centrada en la valorización del sector financiero y la matriz industrial de alta concentración orgánica de capital.
1990-2000: Caída de la URSS, hegemonía global neoliberal, caída brutal de la productividad y consecuente desinversión productiva en economías centrales, exportación de capital productivo a la periferia. Consolidación de la coalición liberal en el plano nacional(1).


Estas tres situaciones constituyen puntos de inflexión en la política financiera nacional. De lo que aquí se trata no es de los mecanismos habituales del cipayaje nacional, que implican la reproducción vía intereses y reestructuraciones acríticas, sino de la multiplicación real y extraordinaria de la masa absoluta de deuda. La posibilidad de esto, como señalamos, está dada por la coincidencia de factores externos e internos absolutamente específicos.
Ahora bien, nuestra tarea no puede consistir sencillamente en describir estos fenómenos, sino también en asumir un compromiso militante que se constituya en nexo explicativo entre lo pasado, el presente y el porvenir. Debemos remitirnos entonces al contexto actual del sistema financiero global y rastrear la posibilidad de que estas condiciones externas estén o no presentes en nuestro tiempo. De público conocimiento es la tarea que los Estados centrales se han dado en esta última crisis: nacionalización de la deuda privada e inyección de monumentales masas monetarias a los grandes agentes capitalistas privados. La ficción de auto-inyección de capital de los centros económicos se da, asimismo, en el marco de un nuevo ciclo de estancamiento de la economía real y aumento de la inversión especulativa, que se observa en la sostenida caída del empleo en dichas economías. Más aún, la opereta montada en torno a la supuesta reforma del FMI y el Banco Mundial se desbarata al observar las condiciones ortodoxas impuestas por dichos organismos al otorgar créditos de salvataje a las economías semi-periféricas de la Unión Europea ampliada. En este sentido, las condiciones externas están dadas una vez más para incurrir en el ciclo de endeudamiento. Si el aumento no se opera en forma geométrica por contrataciones llanamente antipatrióticas, es al menos esperable que, en el marco de una potencial crisis de balanza de pagos, exista una nueva reestructuración que no cuestione el origen ilegítimo de la deuda e incurra así una vez más en el delito más infamante que pueda cometer un gobierno: hambrear al pueblo para enriquecer a los patrones foráneos.
Dejamos entrever en el argumento anterior que en el plano nacional existen, entonces, algunas fuerzas motrices que operan a favor del endeudamiento. Los grandes grupos económicos pueden ser pacificados transitoriamente por medio de una nueva nacionalización de deuda privada –operación clásica del Estado nacional en contextos de crisis-. La posibilidad de una crisis de balanza de pagos fue señalada, porque es la única explicación de raigambre objetiva para las actitudes de acercamiento a los organismos multilaterales de crédito. Sin caer en las teorías conspirativas, debemos destacar que el actual ministro de economía ha surgido del seno del Centro de Estudios Macroeconómicos Argentinos, semillero neoliberal por antonomasia.
Puede señalarse, en oposición a lo antedicho, que el gobierno nacional actual ha comenzado a recuperar la presencia del Estado en la organización económica nacional, con determinadas medidas de corte nacionalista. Pero lo que aquí se discute no es la presencia del Estado, sino la forma específica que la misma adquiere. Y esta forma poco ha tenido que ver con un programa nacional emancipatorio, sino que ha estado ligada, en última instancia, a la posibilidad coyuntural de un mercado de materias primas mundial que ha morigerado (sólo en apariencia) las eternas pesadumbres periféricas.
Es ahora cuándo el debate por los recursos estratégicos cobra peso. De quién, por quién y para quién se orientan los recursos naturales, el comercio exterior, la industria de alta concentración orgánica de capital y alto valor agregado, los medios de distribución territorial de la producción y de transferencia de recursos entre sectores y segmentos de la economía nacional. Es ahora cuándo debemos preguntarnos si, por conveniencia, incapacidad o falta de voluntad de algunos dirigentes, no volveremos a escuchar los argentinos aquellas cínicas palabras de Avellaneda.

1.La represión absoluta sobre el campo popular permitió que en este período la deuda externa aumentara un 364%, acompañada de un agravamiento sistemático y brutal de las condiciones reales de existencia del pueblo. En memorando del Banco Mundial del 22 de junio de 1984 se indica que el 44% de los fondos financiaron la evasión de capitales privados, el 33% se destinó al re-pago de intereses y el 23% a armamento.

lunes, 19 de octubre de 2009

Peronismo o pejotismo













Por Alcira Argumedo
Página12

Con intención de darle una mano en su tesis de doctorado al politólogo sueco de Mario Wainfeld, trazamos algunas líneas de respuesta al artículo de José Natanson (Página/12, 11/09/09) y a sus interrogantes acerca de la posición de Solanas y Proyecto Sur. El periodista considera que se trata de una construcción política situada en un lugar extraño, en tanto combina oposición dura con apelación moralizante, y se le hace difícil comprender que “Solanas, cuyas películas transpiran peronismo, es, de todos los líderes de centroizquierda, el que mantiene la relación más intransigente con el peronismo, situándose en posiciones aún más inflexibles que las de opositores cuyo origen los aleja naturalmente del PJ, como los socialistas”. Como tantos otros, Natanson no puede o no quiere percibir el contraste entre el peronismo histórico y el pejotismo: el peronismo de los gobiernos de Perón y la resistencia peronista, con sus grandes aciertos y errores en tiempos turbulentos, frente a la fuerza política degradada que emerge del genocidio de la última dictadura. Más allá del necesario balance crítico de ese período, el peronismo histórico –del cual provienen Solanas y una significativa proporción de integrantes de Proyecto Sur– nunca se apartó de tres ejes fundantes: la consigna Braden o Perón, como una clara oposición a las potencias hegemónicas con sus estrategias de despojo y subordinación; la defensa de los intereses nacionales sintetizada en el artículo 40 de la Constitución de 1949; la reivindicación de la justicia social y la dignidad de los trabajadores.

Por su parte, el pejotismo impulsó el proyecto más entreguista y antipopular de la historia argentina del siglo XX, incluyendo el de la Década Infame: las relaciones carnales; las aberrantes privatizaciones y prórrogas de concesiones o la fraudulenta deuda externa que se niegan a investigar a pesar del dictamen del juez Ballestero basado en las denuncias de Alejandro Olmos, manteniendo como política el endeudamiento, junto a los derechos sociales arrasados, son el espejo invertido de esa otra historia, aunque se implementaran cantando la Marcha. Para hacerlo, Menem necesitó del apoyo de varios miles de cuadros y dirigentes políticos o sindicales bajo la conducción del PJ: allí están en los archivos todos los nombres de los cómplices y beneficiarios, con los sucesivos acuerdos, traiciones o enfrentamientos mutuos. Sus conductas en el pasado reciente han generado dramáticas secuelas que aún perduran en nuestra sociedad: compararlos con José Martí, Túpac Amaru o Augusto Sandino (Mario Goloboff, en Página/12, 13/10/09) para fundamentar que el “mal de archivos” es “un inútil consuelo de tontos”, precisamente en esta Argentina que está luchando por la memoria, nos parece, como mínimo, un despropósito.

Proyecto Sur reivindica las mejores ideas del peronismo histórico, como parte de las tradiciones populares latinoamericanas, pero se opone duramente al pejotismo y a las medidas del Gobierno que son continuidad de los noventa; a ese “conservadurismo mal disfrazado de progresismo que es necesario desnudar”. Los ejemplos sobran. No obstante, con las condiciones pertinentes, se han apoyado y van a apoyarse aquellas iniciativas consideradas beneficiosas para el país y sus ciudadanos, sin importar quién las haya propuesto ni caer en las trampas de falsas polarizaciones.

Sustentamos una ética pública que, según Natanson, algunos consideran un “riesgo de apelación moralista estilo Frepaso como eje de la construcción política”. La ética pública afirma que hacer negocios personales y de amigos con recursos públicos pertenecientes a todos los argentinos es un delito gravísimo y debe ser duramente castigado; porque esa corrupción y esas prebendas redundan en carencias y sufrimientos para una alta proporción de compatriotas. A pesar de la cantidad de información aportada, nadie pudo desmentir las denuncias de Solanas en sus películas Memoria del saqueo, La próxima estación o Tierra sublevada, que no son una mera “apelación moralista estilo Frepaso”. Luego de padecer durante treinta años la hegemonía cultural y económica del neoliberalismo con su impunidad delictiva, Argentina clama por una profunda reforma moral e intelectual, como base de un proyecto capaz de dar respuesta a los desafíos de la actual crisis de época, algo que ni el pejotismo ni la oposición de derecha están en condiciones de promover.

Se nos cuestiona, además, que el grueso de las críticas de Proyecto Sur sea a “grupos lejanos y difusos (las empresas mineras depredadoras) en lugar de factores de poder cercanos y tangibles (los medios, el campo, la Iglesia)”. Esta estrategia discursiva sigue el patrón del kirchnerismo: establece una contradicción antagónica, una polarización irreductible con “factores de poder” considerados totalmente homogéneos, sin una mínima sutileza que permita percibir la heterogeneidad y las diferenciaciones internas de cada uno de ellos, como es el caso del sector rural. Al mismo tiempo, la crispación del conflicto intenta silenciar o velar los intereses que los ligan con esos “grupos lejanos y difusos” como Repsol, British Petroleum, Barrik Gold, La Alumbrera, Techint, Monsanto, Cargill, Aceitera General Deheza, Bunge, entre otros, que serían aliados incondicionales del movimiento nacional y popular. Nos permitimos afirmar que definiciones de este tipo le plantean al politólogo sueco una confusión mucho mayor que las posiciones políticas de Solanas y Proyecto Sur.